martes, 25 de agosto de 2015

Escritura Automá[crí]tica XIII



Le escribo en la cara. Valoro su paciencia mientras voy desgranando sobre sus mejillas, con sumo cuidado sobre sus ojos abiertos, subiendo y bajando las montañas de sus fosas nasales, perdiéndome camino de los lóbulos de sus orejas, ensimismado por el aliento que surge de los geiseres de su rostro.

Fíjate como soy que yo que acudo puntualmente a cualquier cita, miro como un triunfo el poder llegar tarde a algún encuentro. Que nado tres veces por semana sesenta largos de piscina de veinte y cinco metros, me siento victorioso si un día nado cincuenta y nueve y me reprocho si otro día caigo en la tentación de nadar sesenta y uno, sesenta y dos. Y no dejo de reprenderme el resto del día.

Si consigo olvidarme de que he perdido algo para siempre y no estar más allá de una semana buscándolo.

Si paso por delante de un libro editado por Anagrama o Acantilado sin echarle un vistazo.

Que a veces consigo no volver a repetir lo que he hecho durante los últimos quince minutos porque no he estado seguro de haberlo hecho pues estaba durante esos quince minutos pensado en algo que no tenía nada que ver con lo que estaba haciendo.

Le escribo eso en la cara. Consciente de que no tiene importancia lo que escribo, ni dónde, ni cómo, si no el porqué.

Un porqué que no te sé explicar.

Se lo escribo en el rostro y no se lo digo.

No quiero conversación.

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