lunes, 17 de agosto de 2015

Escritura Automá[crí]tica XII



Dios y la tijereta

Se levanta de madrugada. A mear. Mientras está sentado ve en el suelo una tijereta que se apresura camino de algún lugar, puede ser que alarmada por el inesperado sol que acaba de salir. No lleva equipaje. Con la zapatilla la mata.
¿A dónde iba la tijereta? Quizás, camino del trabajo. Acababa de dejar su lecho caliente y confortable y se encaminaba en dirección al odioso fichaje. O quizás amaba su trabajo y ardía de impaciencia por retomar lo que dejó ayer inacabado. O quizás estaba huyendo del hogar, harta de tanta responsabilidad, anhelando la libertad tenida, dejando a la buena de Dios a su tijereta preferida, preñada y sin medios para subsistir. Hay tijeretas de todo tipo.
O era una espía y se encaminaba al encuentro de su contacto para pasarle información preciosísima de las tijeretas enemigas.
O simplemente era un atleta que había madrugado y estaba realizando su entrenamiento diario, pues tiene próximamente una competición.
O era una tijereta enamorada que acudía al abrazo de la amada tijereta y llevaba el corazón henchido de amor y esperanza.
¿Quién puede saberlo?
Lo cierto es que había un tío meando, de aspecto lastimoso, con los calzoncillos en los pies, despeinado y con legañas, que en un determinado momento se agachó, agarró su pantufla y plantó sobre la tijereta toda la fuerza del destino materializada en la plantilla de la misma.
Y una vida quedó segada, espachurrada. Una simple mancha negruzca sobre las baldosas del cuarto de baño.
Pero nada de eso sabía nuestra tijereta que a lo más que llegó en sus momentos de debilidad fue a imaginarse que algo superior debía de haber para explicar todo aquello. Un dios. Su Dios. Un tío meando de madrugada.

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