viernes, 16 de agosto de 2019

Escritura Automá[crí]tica XXXVIII


La debilidad del poder

Si todo el mundo ejerciese poder sobre nadie, no existiría la debilidad.
Cuando miramos a alguien y lo catalogamos como débil, estamos pensando en un sistema establecido en el que hay una fuerza, una situación que lo deja en posición de sumisión, derrota o indefensión.
Una situación en que a la vez el poder escamotea su propia debilidad.
El esclavo es débil frente al amo, pero el amo es todavía más débil frente al esclavo, pues debe fingir, impostar un poder para poder disimular su indefensión. Sí, dirá alguien pero quien sufre y padece es el esclavo. Claro, porque es quien tiene el poder. No la fuerza.
Igual de débil es el hombre frente a la mujer.
Se ejerce el poder para enmascarar una debilidad. En realidad, casi siempre, se trata de un débil frente a un débil, en el que uno de ellos es más listo, repito, no más fuerte. Y por mera convención se establece que el menos débil es el más poderoso.
¿Y qué pasa cuando un débil conquista una situación y se impone al que hasta ahora ha sido el más fuerte? Pues que empieza a ser el débil más fuerte y vuelta a comenzar.
Alguien podrá decir: Pues sea como sea yo prefiero ser el débil más fuerte. Sí, es la tendencia.
Una tendencia en que la debilidad adquiere consistencia.
Hasta que se culmina el acto de poder sólo ha habido tanteo, una hipótesis, algo incierto, como un caminar al borde del precipicio existencial. Cuando el poder se consolida, el precipicio queda ocupado. Por el nuevo débil.
Una vez repartidos los roles, estos van cristalizando hasta llegar a ser correosos, sólidos, tan macizos y certeros como una barra de acero.
Una barra de acero hueca.
 Si fuera maciza no necesitaría imbuirse del poder.
Entre más poder, más miedo, más debilidad.
La necesidad del poder aparece ante nuestra incapacidad para relacionarnos desde nuestra debilidad.
No es admisible un grupo humano en el que no sobresalga un débil haciéndose el poderoso. El resto del grupo respira relajado. Ahora hay un ser fuerte al mando. Es una necesidad que perdura en el adulto y que tan feliz nos hace la infancia. Si la infancia no ha sido feliz, alguien no abandonó su debilidad.
Los mecanismos del poder no son acogedores nunca, no son hospitalarios nunca, son represivos siempre, son amenazantes siempre. Curiosamente de una forma más extrema en cuanto menos acordada esta la convención.
En una democracia actual la convención es total. Jugamos como cuando éramos niños. Asignamos papeles y los interpretamos. En la dictadura, sin embargo, el rol no está aceptado ni definido y el débil representa un reto para el débil poderoso. Y este, desde su debilidad, al aceptar el rol, para consolidarlo debe actuar.
Si no te enteras del texto, alguien tendrá que hacer de apuntador.
Actualmente hay una muestra flagrante de ese desencuentro en los roles. El hombre y la mujer. El débil poderoso y el débil débil. El poder y la debilidad.
En cuanto se rompe la convención aparece la debilidad del hombre que parece enorme por inesperada. Algunos se suicidan.
Si este débil poderoso aceptara su debilidad y la relación fuera de débil a débil, la relación turbulenta entre los sexos desaparecería.
All dónde hay poder y boato, hay alfombras. Siempre.