Hay
emigrantes, exiliados. Dos palabras que hablan de las afueras. De estar en otro
sitio diferente de aquel en que naciste y pasaste los primeros años, o de aquel
en que te gustaría estar. Porque son los años que pasas, que te arraigan, es la
memoria, la raíz de los árboles que podríamos llegar a ser.
Bueno,
pues hay emigrantes, exiliados que recogen sus raíces y las meten en una maleta
y con el muñón que queda se aposentan en la nueva tierra. Y ahí se quedan,
esperando que salgan nuevas raíces. Pero no salen.
El
muñón es un culo que se aposenta y entonces el árbol no tiene más remedio que
utilizar parte de sus ramas para asirse a la nueva tierra. Se convierte así en
un árbol de perfil equívoco y casi siempre con una copa no muy ortodoxa o de
más.
Hay
otros que con las raíces en la maleta, las sacan y de vez en cuando las ponen
al sol. Para que vayan sobreviviendo y aguanten, y algún día, quizás, puedan
volver a enraizar en la tierra nunca olvidada y así, son unos árboles que parecen
pájaros, alegres y volátiles, dando envidia y pena.
Envidia
porque se pueden ir aunque no se vayan y pena porque se quedan aunque nunca
están del todo.
Se
dice, uno es de donde pace, no de donde nace, para convencerse. Y es necesario
decirlo aunque sea todo lo contrario, aunque para los puristas quizás mejor,
uno es de donde se hace más que de donde nace o pace.
Y más
de ese sitio entre más te haces.
Y todo
porque pacer y nacer te lo hacen, lo de hacerse es otro cantar.