sábado, 26 de marzo de 2022

Escritura Automá[crí]tica XLIV

 Igual no todo es tan importante

 o igual todo es no importante


Tendemos a ver significados en casi todo lo que hacemos y a darle algunas veces a hechos simples valores impostados. Aparentamos que casi siempre que actuamos lo hacemos impelidos por un motivo fundamental, obviando otros impulsos de dudosa explicación y que a veces ni se hace perceptible.
En el pueblo en que resido, Palafrugell, en su momento las casas del pueblo eran de piedra. Al paso del tiempo, seguramente por cambiar, buscando en el eterno cambio la esperanza de no desaparecer, se impuso la moda de ocultar la piedra, se enlucía la fachada y se pintaba. Hoy nos parece que esa uniformidad que da la superficie plana no es comparable con el matiz, la riqueza y el sabor de la piedra. Y se han vuelto a mostrar la piedra, se ha quitado el enlucido y se ha limpiado al piedra. Lucen espléndidas las fachadas. Hasta la próxima.
¿Cabe ponerse a elucidar teorías sobre el asunto?
No creo, pienso que deban establecerse debates sobre qué es lo mejor o más conveniente. Tiempo perdido. Ahora es mejor una cosa y luego otra.
Con los idiomas pasa lo mismo.
Yo residí en Valencia en los años setenta. Hablar valenciano era propio de naranjeros, destripaterrones de la huerta y alpargateros de las marismas. En la capital se hablaba castellano. No sé qué pasaba en Catalunya y en Euskadi pero imagino que no sería muy diferente.
El idioma franco, nunca mejor dicho, era el castellano. Era el idioma de los  y que detentaban el poder y las otras lenguas del estado eran lenguas de perdedores. La significación del hecho no debería ir más allá.
Ni había esencia del país en la lengua, ni ésta era bandera de nada. Era simplemente el idioma que hablaba Franco y sus servidores. No está España detrás del castellano ni zarandajas parecidas. Se ocultaban las lenguas periféricas como se ocultaba la piedra.
Con la muerte del dictador y la perdida de poder de sus acólitos los nacionalismos periféricos renacen y qué mayor arma que la lengua como elemento diferenciador. Se quita el enlucido y surgen otra vez las piedras.
Pero tampoco estos idiomas son esencia de nada, ni guardan el espíritu de un pueblo, simplemente es el elemento que puede servir de herramienta para diferenciarse del Estado Central.
O sea, la lengua tiene la importancia que se la da, por si sola no es más que un vehículo de comunicación.
El latín fue el idioma del “mundo civilizado”. Fue según decían la esencia del imperio, la seña de identidad de un mundo. Pues vale. Pura convención.
Era el idioma de los vencedores, lo que hablaban, y el que quisiera prosperar era lo que tenía que hablar.
Defender el catalán, el castellano, el euskera es una tarea ardua e inútil, intentando desde los poderes correspondientes convencernos de que en ellos están encerradas nuestra alma colectiva. ¿Cabe mayor desatino?
Hablamos una lengua como comemos unos determinados alimentos o construimos de una forma diferenciada. Eso nos identifica pero no somos eso. Estamos gordos, vestimos de traje y corbata. Eso nos identifica pero no somos eso.
Todo tiene menos importancia de la que le damos. Porque la importancia que le damos a casi todo lo que nos rodea se la damos más por nuestro interés que por el propio valor de la cosa en sí.
Ejemplos evidentes, tristes y dolorosos: Ser judío, ser palestino y ahora, ser ruso,ser ucraniano...