domingo, 11 de noviembre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXIV



Destrucción

 Lo peor que te puede pasar, con diferencia, es que lo que te pasé te esté destruyendo por dentro.
Lo más indicado es acompasar la destrucción interior con la exterior.
No estoy hablando de médicos, no de horas de consulta, hablo de las horas restantes, las de cada día. No hablo de lo que te lleva a la muerte, si no de lo que viviendo te destruye. Muerto ya no hay destrucción que te importe. Por lo tanto, no hay destrucción.
Te construye amar, no amar de amor, si no amar de la voluntad volcada sobre la presa como si no hubiera más deseo. Presa como comodín que vale para lo más insospechado. Lo más insospechado y lo más deseado.
Te destruye odiar o cualquiera de sus aproximaciones.
Un hombre de éxito, lo que hoy se conoce como éxito, puede estar siendo destruido.
Un hombre gris y anónimo puede estar integro, o incluso mejorando.
Hablo de esa destrucción que como las agujas del reloj, parece que no avanzan pero un día te encuentras que han pasado años y el último pilar que te aguantaba se ha caido. Entonces te preguntas, ¿Desde cuándo ha estado pasando esto?
Te haces el sorprendido.
Pero la verdad es que siempre lo has sabido. Las agujas avanzan aunque a simple vista no lo veas.
Heredaste un palacio y ya te estabas destruyendo.
Esos seres que salen por primera vez en televisión por haber llegado a una edad muy longeva. Cien años o más. Cuando el locutor les pregunta por el secreto, ponen cara de inocentes y hablan de de cosas inconexas, tranquilidad, paz, amor por los demás y alguna que otra extravagancia. Un cóctel imposible de combinar, con cantidades inexactas. Un batiburrillo que sin embargo a él le ha dado resultado. Si hubiera querido, vendiendo el secreto, se hubiese hecho rico. Pero se hubiera destruido por dentro y no habría llegado a esa edad provecta. Entonces, ¿Qué habría vendido?
En realidad, la evolución, nuestra evolución se ha desarrollado al amparo de nuestra destrucción interior. Es la única forma.
Aún hay personas, y las seguirá habiendo, que van a los gimnasios, a las clínicas de cirugía estética y a otros rincones de parecidas actividades, para parar el tiempo. ¿Hay mayor disparate?
Evolucionamos destruyéndonos por dentro.
Te casas, te destruyes por dentro. Haces el amor, es como si estuvieses renaciendo. Juzga. ¿Qué porcentaje de tiempo usas para hacer el amor frente al que empleas en estar casado? Irremediablemente te destruyes.
O trabajas. En cualquier puesto, bajo cualquier responsabilidad. Hasta llegar, incluso, al puesto más alto del organigrama de la empresa. No te canses. Te estás destruyendo por dentro.
Desde la oficina más alta del más exitoso de los rascacielos de la ciudad contemplas las calles a tus pies, como se estiran hacia el mar, si es Barcelona, hacia el Sena o el Támesis o el Hudson, da igual. Caes en la cuenta de que al atardecer, el de la limpieza que viene a vaciar las papeleras y quitar el polvo contempla lo mismo que tú. Entonces, vas y te argumentas, pero yo gano más dinero, tengo más responsabilidad, ordeno, mando y entre más argumentos encuentras más te destruyes. Ganar más dinero. ¿A quién quieres engañar con ese razonamiento?
Si siempre quisiste ser músico o cocinero o no sabias lo que querías pero esto no.
Te has destruido por dentro.
Pero no es eso lo peor. Lo peor fue lo que evitaste, lo que se evitó, lo que impidió tu padre, que pensaba que de artista te ibas a morir de hambre, porque hubiera sucedido que también de artista, o de cocinero, casi seguro, te hubieras estado destruyendo también por dentro.
El secreto es, pienso, que puesto que todos nos destruimos por dentro, el secreto, está, digo, en que la destrucción se produzca poco a poco, o si no se puede conseguir, en hacerlo armoniosamente, que destrucción interior y exterior vayan de la mano.
Como si hubiese una intención, una admisión, una colaboración.
Que pases un dedo por la última arruga y sea como si saludases a la última desilusión, al último fracaso, a la postrera frustración.

sábado, 20 de octubre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXIII



Tiburones

“No hay que temer a los tiburones, están lejos”, lo escuché una vez,
en una playa del Mediterráneo y hace poco en un bar de Zamora.
¿Están aprendiendo a andar los tiburones?




Los tiburones no se pueden parar. Nunca. Si se paran no pueden respirar y se mueren. Pueden hacer muchas cosas en su mundo pero no pararse.
Esto no sé si es verdad en la realidad, si lo escuché en un programa sobre pescados o me lo he inventado porque mola. Pero sea como sea, en este mundo, es así. Y lo que estoy contando pasa en este mundo, aunque haya que leerlo desde otro mundo.
Un poco es lo que pasa siempre. Mundos relacionados con mundos.
Por eso el tiburón está siempre cabreado y es feroz. Ataca a bañistas del otro mundo y no se los come. Imperdonable. Ataca porque no es feliz.
Porque no sabe lo que hace cuando duerme. Todo el mundo que quiera puede ver lo que hace un tiburón cuando duerme. Menos él.
Y la verdad es que tiene razón. Un tiburón es como un ser humano sonámbulo a tope. A nadie le hace gracia que le digan,
-Anoche te levantaste y estuviste comiendo patatas crudas, sin pelar, después te cortaste un poco el bigote y te volviste a acostar.
Eso es mucho más que roncar. Un sonámbulo juega en otra liga.
Pues ahora imagínate un tiburón. Se queda dormido en el Caribe y despierta en pleno Atlántico. ¿Dónde está mi casa? ¿Y mis amigos? ¿Y estas calles? ¿En qué idioma hablan estos pescados?
Suerte tiene de ser el más feroz.
Sería terrible ser enclenque, débil y estar indefenso. Te quedas dormido entre amigos y claro, como no puedes parar, nadas y nadas, y más que nadas, y despiertas rodeado de extraños, algunos gritándote, con las fauces abiertas. Dispuestos a todo.
Ni te da tiempo a explicarte.
Yo es que no puedo parar, porque si me paro me muero. No puedo vivir si estoy quieto.
La Naturaleza es sabia y ha hecho feroz al tiburón. Capaz de traspasar vallas a dentelladas. Lo temen los otros pescados. Hasta los tontos de los delfines. Por eso ponen concertinas.
El tiburón sobrevive, pero el tiburón no es feliz. En este mundo, ¡Eh!, en el otro yo creo que la felicidad no se contempla como concepto plausible. Bueno, es un mundo donde los conceptos andan con huesos y cartílagos y no se comprenden. Se comen.
Pero en este mundo es otra cosa. Un concepto puede ser cualquier cosa. Ni más ni menos.
Incluso, en este mundo, el tiburón piensa. Y claro, al pensar, se extraña.
Y fruto de ese extrañamiento vive obsesionado por lo que hace cuando duerme.
A mí me parece que debería estar contento. Porque yo cuando duermo, estoy parado y tengo sueños,  mientras que el sigue en movimiento y tiene realidades.
Y al fin y al cabo, después de una vida, todos morimos. Y él puede decir con toda razón que ha tenido dos.
Dos vidas.
Algunos hombres, eso ya en ese mundo, desde el que estás leyendo estas líneas, y también mujeres, siempre ha sido así, aunque lo teníamos muy callado, algún día explicaré algo sobre las tiburones, también han intentado tener otra vida. Y se han perdido.
Sin darse cuenta de que ya la tenían, con lo que lo único que consiguen es tener cuatro, Sólo que dos se la pasan durmiendo y parados. Y soñando. Se puede decir que el ser humano es más que binario. Es hombre y mujer. Viviendo, haciendo. Durmiendo, soñando. Y no como los tiburones.

sábado, 13 de octubre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXII



Lo que las palabras intentan decirnos

Hay palabras, que como un fruto, encierran dentro de ellas un mundo y en un determinado momento, cuando las condiciones sociales lo impulsan, explotan y todo su contenido se derrama. Como le pasa a la palabra “economía”. El problema es si toda la semilla que encierra dentro caerá en un  terreno propicio o no para fructificar.
El “eco” es tu voz que ha ido a caer ves a saber dónde y vuelve fragmentada. Es como una burla. Alguien escucha, repite lo que dices, pero no te hace caso. Es la voz no mía, “nomía”. Eso pasa mucho en nuestra sociedad. Hay mucho eco.
Pero “no” también encierra dentro de sí un mundo de cargado significado. Desde el primer “no” explicito, contundente, sin ambages que oyes siendo casi un bebé, a ese “no” implícito que a cada instante te dice la vida. De hecho nos guiamos más por lo que es “no” que por lo que es “sí”. Decidimos aquello que hacemos en función más de lo que no podemos que en función de lo que queremos. Entre dos caminos, solemos optar por el que no tiene un “no”, en vez de hacerlo por el que tiene un “sí”. La mayoría de las veces nos influye más el camino del “no” que el del “sí”.
No es frustración, prohibición, oscuridad, impotencia, limitación. “Es posible todo lo que no es noposible” más que “Es posible todo lo que es posible”.
Y después “mía”. Que es de mí, mío.
¿Es mía la vida? ¿O es “nomía” la vida?
Si la tienes tú, la diriges tú, y arrebatártela, matándote, esclavizándote es ilegal. Entonces te la quitan dirigiéndote.
Antiguamente, cuando había esclavos “de facto”, estos hacían lo que el amo les decía, les permitía. Hoy en día no existe esa esclavitud pero hay alguien diciendo lo que tienes que hacer. ¿No? No sé. Mira tu vida un instante y después vuelve a preguntártelo.
Hoy en día la palabra “economía” domina nuestras relaciones y por ende nuestra existencia. Nuestras conversaciones. Está en los medios. La buena o mala economía de un país marca el bienestar de sus ciudadanos. Tienes buena economía si tienes buen poder adquisitivo. Si eres pobre tu economía es mala.
Cuesta pensar que esta palabra se ha formado fortuitamente u obedeciendo a otros designios que no sea advertirnos y más en esta época, en que casi todo gira alrededor de ella.
Eco. No. Mía. Cuesta mucho.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXI



La Reversión

No todo el mundo podía ser pobre, ni desgraciado. Ser barrendero no estaba al alcance de cualquiera. Para ser un hombre abandonado o una mujer traicionada había que echar muchos CV, y no siempre, mejor dicho casi nunca, te llamaban.
En un autobús los viajeros eran la autoridad y el conductor tenía que pagar. Si se sacaba un bono le salía más barato conducir el vehículo.
Si ibas conduciendo tu propio coche y te paraba la policía de tráfico, tú estabas en disposición de pedirle la documentación y de ponerle una multa si le encontrabas algo. Y la verdad, siempre encontrabas algo.
Había costado pero era el nuevo sistema. Al que intentaban ceñirse. Eso sí, nada de reclamaciones. Se empeñaban sinceramente en cumplir lo prometido. Más por el hecho de convencerse de que una promesa era más que un contrato que por el objetivo en sí. Era una época extraña. De desengañados y desesperados buscando una nueva luz.
Cuando surgía un problema,
-Es el nuevo sistema.
Eso se decían a la vez que se encogían de hombros y ponían las manos boca arriba, en gesto de impotencia, de “eso es lo que hay”.
Lo que más costó fue nombrar Presidente del Gobierno, Rey, Reina y Presidentes de Grandes Empresas. Nadie quería esos trabajos de mierda. Así se definían, trabajos de mierda. Como General del Ejército. ¡Puaff!, trabajo de mierda. Lo poco que costaba rechazarlos.
Estaba el contrato sobre la mesa. La gente se acercaba por curiosidad pero nadie aceptaba. A nadie le gustaba vivir dando órdenes sin explicaciones y cobrando un sueldo de cojones. Valente mierda. Bueno, nadie no. Siempre había un pobre desgraciado que firmaba. Nadie parecía conocerlo. No tenía familia. Avergonzado. Si podía evitarlo no decía que era General del Ejército. Menuda porquería de trabajo. Un sueldazo y cuando te jubilas, otro. Y además sin guerras ni batallas. No podía evitar darse cuenta de las sonrisitas que despertaba a su paso. Yo, ni muerto.
Ibas al bar y te tomaras lo que te tomaras, el camarero siempre te pagaba. Si pretendías irte y hacer un “sinco”, se te caía el pelo y podías terminar de locutor superfamoso, superbienpagado en cualquiera de los canales de televisión.
Era el sistema nuevo que había llegado con la Reversión.
Una locura. Por lo menos al principio, cuando todavía tenían recuerdos del antiguo sistema. Se hacía difícil cumplir con la cotidianidad. Todos andaban con su libro de instrucciones bajo el brazo, con la voluntad por bandera y claramente decididos.
Fue una consigna. No ceder en ningún momento.
El primer gesto fue el del Rey, ¿Quién lo iba a decir?, salió de su despacho al día siguiente, se fue para el jardinero, le arrebató el rastrillo y le dijo,
-Estás despedido- y se puso a rastrillar.
Se ve que esto lo había hablado con la Reina que se había  quedado en palacio rifando su puesto entre la servidumbre que se veía apesadumbrada.
-Ve y déjaselo claro al jardinero, que no te pase como a mí. Que se junten y te jodan.
El jardinero se quedó estupefacto, viejos atavismos, pero comprendió. Así que dijo, por decir,
-¿Y yo? ¿Qué hago ahora?
-Si quieres ser Rey- le dijo el rey.
-Ni muerto- logró decir el jardinero muy bien dicho.
Salió en los medios. Fue el pistoletazo de salida. Un economista famoso dijo,
-La verdad es que ahora mismo no tengo ni idea de cómo está la puta pirámide.
Y eso se recibió como una buena noticia.
La locutora le preguntó si iba a seguir de economista famoso y próximo al correspondiente Premio Nobel o aspiraba a algo más en la vida. Y se descojonaba.
No la despidieron. La ascendieron a Jefa de Informativos.
-Para que aprenda.
Las siguientes generaciones se tronchaban cuando los viejos contaban historias de antes. Algún “tontolaba” terminaba diciendo después de haber estado extasiado unos momentos,
-¡Es increíble! ¿Cómo podía ser la vida así?
A lo que algún “inteligente” apostillaba,
-¡No me lo puedo imaginar!
Y menos mal que “alguienconsentidocomún” sentenciaba,
-Si cuando queremos algo de verdad…
Nadie le entendía y le pedían explicaciones.
-Pues que queremos lo que queremos y eso es lo que tenemos.
Y se iba.
Un pobre hombre, normalmente. El Rey. El Presidente del Gobierno. El Presidente de alguna Multinacional.
Lo que nadie quería ser.
Así era La Reversión.
Ahora tenemos otro sistema.

domingo, 10 de junio de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXX


Donquijotes no, mejor Sanchopanzas

Me he puesto a escribir este texto sorprendido de pronto al darme cuenta de que pensando siempre en que Don Quijote era el personaje admirable, soñador y vencedor de mil batallas contra los malandrines, al que yo, al que todos queremos parecernos, en realidad lo que soy es un Sancho Panza.
Sí, ese personaje cazurro, aferrado a la realidad más prosaica.  Al que es tan fácil engañar como a Don Quijote, aunque a diferencia de a éste, a Sancho Panza se le puede engañar con la realidad. Don Quijote vive sumido en la fantasía. Las cosas reales no le interesan.
Miguel de Cervantes nos avisó. Nos dijo que llegaríamos al punto que su obra narra. Sólo que lo tomamos al pie de la letra y como todas las grandes predicciones, ésta también hay que interpretarla.
Don Quijote se vuelve loco leyendo libros. Hoy y siempre se ha sabido que para volverse loco leyendo libros hay que estar loco, que nadie se vuelve loco por leer libros. La prueba eres tú mismo, que no estás loco y lees libro tras libro.
Y por contra, ahí está Sancho Panza. Nadie quiere parecerse a Sancho Panza.
Pero cuatrocientos años después de escribirse esta historia resulta que el mundo está llenándose de Quijotes. No porque haya muchos seres humanos deshaciendo entuertos, si no porque cada vez hay más seres humanos que toman como real lo que leen en los medios de comunicación.
Si comprobamos cuánto de lo que pensamos, sentimos, opinamos, cuánto del mundo que tenemos en la cabeza se ha construido con ladrillos cocidos en el horno de nuestra experiencia vemos que es muy poquito.
Vivimos en manos de las fantasías que los diferentes medios nos transmiten. No salimos a deshacer entuertos pero vemos como, constantemente, otros lo hacen por nosotros, tanto en programas de ficción como informativos. Por no mencionar esos videojuegos que directamente nos transportan sin movernos del sillón del salón por el mundo entero para que podamos matar hasta la extenuación a maleantes, malandrines o simplemente nos dediquemos a salvar obstáculos que un avispado Sansón Carrasco no para de crear para nosotros.
¡Cuántas Dulcineas del Toboso esperan a su Quijote! ¡O Julietas a su Romeo! ¡O Desdemonas a su Otelo!
Da igual.
Estamos preparados para ser Quijotes, siempre lo hemos estado y ahora los medios de comunicación nos han sorbido el seso.
Comes lo que se anuncia, escuchas la música que se publicita, lees los libros que se te echan encima desde los escaparates, hablas con amigos a los que hace años que no ves en persona como si acabaras de tomar con ellos unas cervezas, encuentras a la mujer de tu vida a través de los medios. Incluso te compras un coche que es un Rocinante pero los medios se encargan de que lo veas como un vehículo que te llevará a las estrellas. Y no llevas una bacía en la cabeza pero los medios de comunicación cada vez te la vacían más.
Estás loco. Vives en un mundo al que te han transportado los medios.
Y yo, que soy lúcido y crítico feroz, obvio estos medios. Estoy por la realidad. Valoro, sopeso, razono cada acto de mi vida. No me engañarán las fantasías. Vivo apegado a mis apetitos. A penas veo la televisión. Mantengo con internet un uso utilitario. Leo los diarios con el espíritu alerta.
Menudo soy yo. La carne sabrosa y tierna, el pescado fresco, la fruta en su tiempo, los quesos curados y las bebidas alcohólicas sin aditivos. Juego al ajedrez. Contemplo a mi enamorada y no me engaño. Veo sus defectos y sus virtudes. La veo capaz de las mayores bondades pero a veces es de armas tomar.
Nadie para mí es bueno del todo, ni malo del todo.
En fin. No vivo de fantasías.
Soy un Sancho Panza.
Con mi utilitario (mi burro), apegado a mis libros y mis cuadernillos (mi queso, mi pan, mi bota de vino) en guardia contra cualquier intento de manipulación, no veo la tele, y de vez en cuando me voy a hacer un viaje, eso sí, un viaje lo más auténtico posible, donde pueda convivir con la gente del lugar, disfrutar de sus costumbres y de su día a día. Mi ínsula Barataria.
Como a Sancho Panza, a todos los que queremos vivir en la realidad, nos pasa, que no nos damos cuenta de que la realidad ya no existe. O cada vez existe menos. O peor, nos la escatiman todo lo que pueden. Tú vive la fantasía, déjanos la realidad a nosotros, que de ella tú no entiendes.
Y mira que Cervantes nos advirtió.