martes, 25 de agosto de 2015

Escritura Automá[crí]tica XIII



Le escribo en la cara. Valoro su paciencia mientras voy desgranando sobre sus mejillas, con sumo cuidado sobre sus ojos abiertos, subiendo y bajando las montañas de sus fosas nasales, perdiéndome camino de los lóbulos de sus orejas, ensimismado por el aliento que surge de los geiseres de su rostro.

Fíjate como soy que yo que acudo puntualmente a cualquier cita, miro como un triunfo el poder llegar tarde a algún encuentro. Que nado tres veces por semana sesenta largos de piscina de veinte y cinco metros, me siento victorioso si un día nado cincuenta y nueve y me reprocho si otro día caigo en la tentación de nadar sesenta y uno, sesenta y dos. Y no dejo de reprenderme el resto del día.

Si consigo olvidarme de que he perdido algo para siempre y no estar más allá de una semana buscándolo.

Si paso por delante de un libro editado por Anagrama o Acantilado sin echarle un vistazo.

Que a veces consigo no volver a repetir lo que he hecho durante los últimos quince minutos porque no he estado seguro de haberlo hecho pues estaba durante esos quince minutos pensado en algo que no tenía nada que ver con lo que estaba haciendo.

Le escribo eso en la cara. Consciente de que no tiene importancia lo que escribo, ni dónde, ni cómo, si no el porqué.

Un porqué que no te sé explicar.

Se lo escribo en el rostro y no se lo digo.

No quiero conversación.

lunes, 17 de agosto de 2015

Escritura Automá[crí]tica XII



Dios y la tijereta

Se levanta de madrugada. A mear. Mientras está sentado ve en el suelo una tijereta que se apresura camino de algún lugar, puede ser que alarmada por el inesperado sol que acaba de salir. No lleva equipaje. Con la zapatilla la mata.
¿A dónde iba la tijereta? Quizás, camino del trabajo. Acababa de dejar su lecho caliente y confortable y se encaminaba en dirección al odioso fichaje. O quizás amaba su trabajo y ardía de impaciencia por retomar lo que dejó ayer inacabado. O quizás estaba huyendo del hogar, harta de tanta responsabilidad, anhelando la libertad tenida, dejando a la buena de Dios a su tijereta preferida, preñada y sin medios para subsistir. Hay tijeretas de todo tipo.
O era una espía y se encaminaba al encuentro de su contacto para pasarle información preciosísima de las tijeretas enemigas.
O simplemente era un atleta que había madrugado y estaba realizando su entrenamiento diario, pues tiene próximamente una competición.
O era una tijereta enamorada que acudía al abrazo de la amada tijereta y llevaba el corazón henchido de amor y esperanza.
¿Quién puede saberlo?
Lo cierto es que había un tío meando, de aspecto lastimoso, con los calzoncillos en los pies, despeinado y con legañas, que en un determinado momento se agachó, agarró su pantufla y plantó sobre la tijereta toda la fuerza del destino materializada en la plantilla de la misma.
Y una vida quedó segada, espachurrada. Una simple mancha negruzca sobre las baldosas del cuarto de baño.
Pero nada de eso sabía nuestra tijereta que a lo más que llegó en sus momentos de debilidad fue a imaginarse que algo superior debía de haber para explicar todo aquello. Un dios. Su Dios. Un tío meando de madrugada.

viernes, 14 de agosto de 2015

Escritura Automá[crí]tica XI



A todo esto, ¿Qué hora es? Ahora sigo. Pongo el título y vuelvo,
Una invitación
Es que tengo miedo de perder el comienzo y de no acordarme de mi amigo.
Ya estoy de vuelta.
Pues eso, decía mi amigo que le había dicho a una desconocida con la que quería entablar conversación,
-Y todo porque tenía coño- le interrumpo.
-¿Cómo?
No le contesto. Lo hace a menudo. Sólo para ganar tiempo.
-Siempre estás igual- me recrimina.
-Es difícil estar diferentes si los comportamientos son los mismos- me justifico.
Pero él lo que quiere es contarlo.
-Pues voy y le digo: A todo esto qué hora es.
Me reservo.
-Me mira como si fuese un pez espada y se va de la silla. Estaba en una silla alta, en la barra.
-¿Cómo un pez espada? ¡Joder! ¡Cómo un pez espada!
Me imagino la escena.
Ella sentada, tomándose algo, quizás fumando.
Él se acerca.
Él. A todo esto qué hora es.
Ella. Le mira extrañada. No mucho más. O sorprendida, arriesgo.
Él. ¿Por qué me miras cómo si fuese un pez espada?
-¿Se puede saber cómo se mira a alguien como si fuese un pez espada?.
-Y yo que sé.
-Acabas de decirlo.
-Es una forma de hablar.
-Se te veía en el rostro.
-¿El qué?
-Que estabas pensando: Ésta me está mirando como si fuese un pez espada.
-¿Tú crees?
-Segurísimo.
-Igual fue por eso que se marchó. No había caído.
-Después de lo otro, claro- explico.
-¿Qué quieres decir?
-Que primero vas y le dices: A todo esto qué hora es. Y después lo rematas poniendo cara de estar pensando: Ésta me está mirando como si fuese un pez espada. Se debería quedar absolutamente obnubilada.
-¿Obnubilada?
-Confundida, confusa…
Todavía más,
-Liada. O harta.
-No, si entiendo la semántica…es la lógica o al estratégica.
No hubo más palabras sobre el tema. Por aquellos tiempos era todo lo que daba la confluencia del amor, el deseo y los objetos de tal querencia. Claro está, que entre gente de cierta cultura y cierto ingenio guasón, ya bastante aderezado con unas copas.
El intentaba escribir poesía y yo, rendido, poetizaba cualquier intento que se me aproximase.
Nada trascendental por otro lado.
Lo he puesto aquí porque ha salido así. Tal cual.
Ni me acordaba y hasta puede que ni lo supiera.
Pero ahí queda.
Y para más demostración… lo dato en la noche del 23F.
Que después lo comentamos mucho. La que se podía haber liado y nosotros…Un pez espada y un besugo.
Y apareció ella, como entonces,
-Recordando viejos tiempos- no lo preguntó, lo afirmó.
Y se sentó, primero me miró a mí y después a su marido.

domingo, 2 de agosto de 2015

Escritura automá[crí]tica X


Hay autores, los más, los muchos, necesitados de crear historias para poder colocar libros como hechos, paisajes, pareceres. Adecuan los anaqueles de la historia de manera que el conjunto no desentone y en su totalidad parezca un universo.
Estas historias-muebles no difieren de cualquier creación que el hombre llegue a concretar. Hay muebles toscos, chabacanos, que con cuatro veces que los uses quedan para el arrastre. Que se ofrecen en oferta sistemáticamente. Que aburren y pierden el color enseguida.
Hay muebles respetables, de una belleza extraña. Los hay sólidos, a los que vuelves una y otra vez. Los hay que chirrían y tienes que echarle aceite de engrasar.
Los hay únicos, que no dejas de admirar nunca, por sus líneas, por el color maravilloso que el tiempo ha tejido en sus betas.
Y después hay libros que no son muebles. Porque el autor no ha querido colocar nada. Son libros etéreos en su interés, cual aves. No están quietos, no quieren quedarse. Les gusta que todo pase. En ellos no se puede depositar nada.
Tampoco sirven de adorno pues se resisten a ser cómodos. Te distraen y se muestran exigentes. Quieren dar y no tener. Porque están hechos de lo que pasó. Difícilmente encajan con algo. No son leales. Hoy hablan de aquello, mañana de lo otro. Casi nunca son de ficción. Porque encuentran todo ficción. Porque ven lo que no se ve pero pasa.
Sus hacedores generalmente no son carpinteros al uso, pues no buscan tal o cual madera, si no que para ellos todo es madera, todo puede ser pasto del fuego de la mirada y el pensamiento. Una mirada que no para hasta  atisbar lo que hay debajo de cada tronco, donde la humedad y la oscuridad tienen a veces invitados sorprendentes, a veces aterradores.
Te crees que las cosas pasan de un modo determinado y un día, uno de esos autores te muestra que no, que siempre fue de otra manera.
Si digo Josep Pla, no es en vano.