lunes, 18 de enero de 2021

Escritura Automá[crí]tica XLIIII

 Piel roja antes que soldado


Si alguien, por razones que no alcanzo a imaginar, se interesara por saber cómo soy, cual es mi personalidad, mi carácter, seguramente podría estar hablando unos cuantos minutos, no creo que llegara a una hora, pero como siempre me ha gustado más sugerir que declarar, seguramente explicaría que de pequeño, de manera inexplicable, siempre que jugamos a indios y soldados, yo intentaba ser el jefe de los indios y si no podía me conformaba con ser un indio de tropa, nunca un soldado. Nunca lo fui.
Este es un hecho extraño, pues en las películas que por aquella época veíamos, siempre o casi siempre morían más indios que soldados, los indios eran unos pobre diablos beodos, sin rifles, sin casa, el jefe de ellos casi siempre terminaba muerto o en prisión, y por supuesto la chica bonita se la quedaba el soldado de turno. No sabíamos como vivían en la intimidad, mientras que los solados asistían a fiestas deslumbrantes vestidos de gala y rodeados de bellezas y lujo celebradas tras una victoria sobre los indios, vivían en casas cómodas, tenían esposas guapas, hijas educadas y lindas y se llenaban de condecoraciones y sí acaso morían, como el general Custer, lo hacían rodeados de valentía y homenajes. Tenían los últimos modelos de rifles y sus caballos unas sillas preciosas. Los indios iban a pelo, medio desnudos, hablaban fatal y tenían nombres ridículos.
-Tú no ser amigo, yo llamarme “Sombra de la pradera”
¿Entonces? ¿De dónde venía mi inclinación?
Seguramente porque siempre me ha atraído más la majestuosidad que nace de una vida armoniosa con la libertad que esa adocenada, predeterminada que nace de una sociedad llena de normas y reglas que no tiene en cuenta a todos y cada uno de los eres humanos que la integran como seres únicos y dignos de respeto.
Porque prefiero la comodidad al boato y la apariencia.
Porque me gusta más el campo que la ciudad.
No sé, por algo de eso.
No digo más.
He dicho antes que sólo sugerir, para pararse a pensar; dejar entrever,  para animar a la curiosidad; no rendirse, no dejar de preguntar ni de mirar, ni de acercarse a cualquier rincón ignoto.
Más o menos.