sábado, 20 de octubre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXIII



Tiburones

“No hay que temer a los tiburones, están lejos”, lo escuché una vez,
en una playa del Mediterráneo y hace poco en un bar de Zamora.
¿Están aprendiendo a andar los tiburones?




Los tiburones no se pueden parar. Nunca. Si se paran no pueden respirar y se mueren. Pueden hacer muchas cosas en su mundo pero no pararse.
Esto no sé si es verdad en la realidad, si lo escuché en un programa sobre pescados o me lo he inventado porque mola. Pero sea como sea, en este mundo, es así. Y lo que estoy contando pasa en este mundo, aunque haya que leerlo desde otro mundo.
Un poco es lo que pasa siempre. Mundos relacionados con mundos.
Por eso el tiburón está siempre cabreado y es feroz. Ataca a bañistas del otro mundo y no se los come. Imperdonable. Ataca porque no es feliz.
Porque no sabe lo que hace cuando duerme. Todo el mundo que quiera puede ver lo que hace un tiburón cuando duerme. Menos él.
Y la verdad es que tiene razón. Un tiburón es como un ser humano sonámbulo a tope. A nadie le hace gracia que le digan,
-Anoche te levantaste y estuviste comiendo patatas crudas, sin pelar, después te cortaste un poco el bigote y te volviste a acostar.
Eso es mucho más que roncar. Un sonámbulo juega en otra liga.
Pues ahora imagínate un tiburón. Se queda dormido en el Caribe y despierta en pleno Atlántico. ¿Dónde está mi casa? ¿Y mis amigos? ¿Y estas calles? ¿En qué idioma hablan estos pescados?
Suerte tiene de ser el más feroz.
Sería terrible ser enclenque, débil y estar indefenso. Te quedas dormido entre amigos y claro, como no puedes parar, nadas y nadas, y más que nadas, y despiertas rodeado de extraños, algunos gritándote, con las fauces abiertas. Dispuestos a todo.
Ni te da tiempo a explicarte.
Yo es que no puedo parar, porque si me paro me muero. No puedo vivir si estoy quieto.
La Naturaleza es sabia y ha hecho feroz al tiburón. Capaz de traspasar vallas a dentelladas. Lo temen los otros pescados. Hasta los tontos de los delfines. Por eso ponen concertinas.
El tiburón sobrevive, pero el tiburón no es feliz. En este mundo, ¡Eh!, en el otro yo creo que la felicidad no se contempla como concepto plausible. Bueno, es un mundo donde los conceptos andan con huesos y cartílagos y no se comprenden. Se comen.
Pero en este mundo es otra cosa. Un concepto puede ser cualquier cosa. Ni más ni menos.
Incluso, en este mundo, el tiburón piensa. Y claro, al pensar, se extraña.
Y fruto de ese extrañamiento vive obsesionado por lo que hace cuando duerme.
A mí me parece que debería estar contento. Porque yo cuando duermo, estoy parado y tengo sueños,  mientras que el sigue en movimiento y tiene realidades.
Y al fin y al cabo, después de una vida, todos morimos. Y él puede decir con toda razón que ha tenido dos.
Dos vidas.
Algunos hombres, eso ya en ese mundo, desde el que estás leyendo estas líneas, y también mujeres, siempre ha sido así, aunque lo teníamos muy callado, algún día explicaré algo sobre las tiburones, también han intentado tener otra vida. Y se han perdido.
Sin darse cuenta de que ya la tenían, con lo que lo único que consiguen es tener cuatro, Sólo que dos se la pasan durmiendo y parados. Y soñando. Se puede decir que el ser humano es más que binario. Es hombre y mujer. Viviendo, haciendo. Durmiendo, soñando. Y no como los tiburones.

sábado, 13 de octubre de 2018

Escritura Automá[crí]tica XXXII



Lo que las palabras intentan decirnos

Hay palabras, que como un fruto, encierran dentro de ellas un mundo y en un determinado momento, cuando las condiciones sociales lo impulsan, explotan y todo su contenido se derrama. Como le pasa a la palabra “economía”. El problema es si toda la semilla que encierra dentro caerá en un  terreno propicio o no para fructificar.
El “eco” es tu voz que ha ido a caer ves a saber dónde y vuelve fragmentada. Es como una burla. Alguien escucha, repite lo que dices, pero no te hace caso. Es la voz no mía, “nomía”. Eso pasa mucho en nuestra sociedad. Hay mucho eco.
Pero “no” también encierra dentro de sí un mundo de cargado significado. Desde el primer “no” explicito, contundente, sin ambages que oyes siendo casi un bebé, a ese “no” implícito que a cada instante te dice la vida. De hecho nos guiamos más por lo que es “no” que por lo que es “sí”. Decidimos aquello que hacemos en función más de lo que no podemos que en función de lo que queremos. Entre dos caminos, solemos optar por el que no tiene un “no”, en vez de hacerlo por el que tiene un “sí”. La mayoría de las veces nos influye más el camino del “no” que el del “sí”.
No es frustración, prohibición, oscuridad, impotencia, limitación. “Es posible todo lo que no es noposible” más que “Es posible todo lo que es posible”.
Y después “mía”. Que es de mí, mío.
¿Es mía la vida? ¿O es “nomía” la vida?
Si la tienes tú, la diriges tú, y arrebatártela, matándote, esclavizándote es ilegal. Entonces te la quitan dirigiéndote.
Antiguamente, cuando había esclavos “de facto”, estos hacían lo que el amo les decía, les permitía. Hoy en día no existe esa esclavitud pero hay alguien diciendo lo que tienes que hacer. ¿No? No sé. Mira tu vida un instante y después vuelve a preguntártelo.
Hoy en día la palabra “economía” domina nuestras relaciones y por ende nuestra existencia. Nuestras conversaciones. Está en los medios. La buena o mala economía de un país marca el bienestar de sus ciudadanos. Tienes buena economía si tienes buen poder adquisitivo. Si eres pobre tu economía es mala.
Cuesta pensar que esta palabra se ha formado fortuitamente u obedeciendo a otros designios que no sea advertirnos y más en esta época, en que casi todo gira alrededor de ella.
Eco. No. Mía. Cuesta mucho.