sábado, 31 de octubre de 2020

Escritura Automá[crí]tica XLII

 Avistamiento de seres humanos


No es necesario acudir a ningún parque protegido ni a un espacio de interés general, ni subir a un altozano cargado con unos prismáticos, ni parapetarse tras unos arbustos para avistar seres humanos.
Este animal es un animal tranquilo y confiado que se mueve con soltura y confianza en el medio terrestre, acude al medio acuático y aéreo sólo para refocilares y ocupar sus horas de asueto.
Hoy estoy sentado en una calle de una ciudad, una calle populosa por la que desfilan continuamente ejemplares de esta especie.
Se presenta un macho joven en edad de procreación, camino de un lugar indeterminado pues se desplazan a donde haga falta y por las más variopintas razones (como esta especie tiene la alimentación garantizada no necesita como el resto de especies andar a la busca de alimentos constantemente, lo que le deja mucho tiempo desocupado, algo que a todas luces complica mucho su existencia pues la necesidad de ocupar el tiempo libre le lleva a realizar tareas verdaderamente estrafalarias: pintar cuadros, componer música, inventar sistemas filosóficos o maneras de acumular riquezas, cuando no organizar competiciones a ver quien es el más de cada una de las modalidades que se han inventado… una verdadera colección de insensateces que hacen imposible señalar unas pautas de comportamiento simple), pues decía que pasa un macho joven que lleva de la mano a un cachorro macho que por el tamaño y actitudes  debe rondar los seis años. El ser humano es una especie que vive bajo la sombra protectora de sus progenitores, por lo general hasta entrar en la veintena, aunque se dan casos que ya transitan solos con menos de dieciocho años, pocos casos, y también casos, estos más abundantes, de ejemplares que con treinta años e incluso más aún siguen bajo la tutela familiar.
Después pasa una hembra ya decrépita, se desplaza con dificultad, apoyada en un bastón. Es un ejemplar, que si esta especie sufriera acoso de algún depredador tendría muy pocas posibilidades de escapar y sobrevivir. Pero como es una especie libre de enemigos que se los quieran comer  es normal que los ejemplares vivan más allá de los noventa años, dándose el caso de ejemplares que han sobrepasado el siglo de vida. Hay más mortandad y más temprana entre los machos que entre las hembras, básicamente porque el macho de esta especie se castiga el cuerpo ingiriendo productos de dudoso poder alimenticio y alto poder embrutecedor a los que es muy aficionado. La hembra parece más comedida en esta afición. Aunque esta tendencia está cambiando, pues en el afán, nada lógico, de las hembras de querer hacer lo que hace el macho no son muy exquisitas y quieren hacerlo todo, tanto lo adecuado y deseable como lo más perjudicial y desaconsejable.
Pasan dos hembras jóvenes, aún no maduras para la procreación en distendida charla. Esta es una de tantas características sobresalientes de esta especie. Emiten unos sonidos musicales que le sirven para comunicarse. Los emiten constantemente y en las hembras es más acentuado. No sabemos que indicaciones o instrucciones se transmiten y nos llama al atención que a veces un espécimen se pone  a emitir esos sonidos pudiendo estar horas mientras los demás  permanecen atentos. Pero por los resultados de su convivencia y la forma en que están organizados, sus asentamientos son de una complejidad inaudita, estas charlas deben contener información muy sustancial.
En estas hembras jóvenes comienzan a dibujarse las formas redondeadas que básicamente aparecen en el pecho, convirtiéndose en las ubres que luego sirven para alimentar a las crias, y en el culo, que es como el faro que en su momento atrae al macho hacia el sexo.
Pasa un macho joven que seguramente sufre la sumisión y la represión ejercida por machos dominantes, lo que le hace moverse como empujado por resortes. Tanta es la energía que acumula. Todo en él indica que está preparado para la procreación. Va solo y lanza miradas por doquier pero sobre todo a las hembras. El espectro de hembras apetecibles para él ahora mismo es bastante amplio. Esta es una trampa de la naturaleza que le obliga a aceptar cualquier hembra y de esta manera aquella se garantiza la existencia de la especie. Lleva colgado de la cabeza un aparato que inyecta en los oídos ruidos rítmicos más musicales que las charlas, son más continuos que estas y no parecen invitar a la conversación pero si al movimiento del cuerpo.
Contemplarlos es fácil y cómodo. No parecen interesarse por mí. Normalmente van a lo suyo y miran alrededor con un interés muy relativo. Algunas veces miran como si lo hicieran a algo que está detrás de lo que tienen delante. Esta es una mirada muy inquietante pues a veces tengo las sensación de que me ven.
Veo una hembra en plenitud, sin crias, toda ella una forma redondeada y turgente. Debe estar en celo, época de apareamiento, pues su andar es elástico en consonancia con la enérgica manera de andar del macho que acababa de pasar. Todo en ella parece invitar al acercamiento y posterior copula.
Este es un tema que me interesa mucho.
Decido seguirla para ver si puedo contemplarla en plena ceremonia de apareamiento y copula. Acercarme hasta donde pueda y ver el acto lo más cerca que me sea posible.

martes, 6 de octubre de 2020

Escritura Automá[crí]tica XLI

                      Elogio de “las otras veces” o reprobación de “la primera vez”

Se entiende, con carácter general, por “las otras veces” aquellas que no son las primeras.
Y como nuestra existencia en un porcentaje altísimo transcurre rodeada de “las otras veces”, resulta que estas aunque no gozan del prestigio ni de la relevancia de “la primera vez” son las que constituyen casi toda nuestra vida.
Y me atrevo a decir que lo hacen aportando una calidad y una riqueza existencial en todos los aspectos que “la primavera vez” nunca pudo aportar.
Y si no analícense todas las primeras veces de nuestra vida. Todas ellas, sin excepción, estuvieron imbuidas de la inexperiencia, la sorpresa, el deslumbramiento, el desconocimiento, la ignorancia. En todas ellas desconocíamos la visión propia, pues era la primera vez, y mientras la construimos nos privamos de mirar el detalle, los entresijos, no teníamos la mirada serena y tranquila del avisado.
La primera vez que fuimos a una ciudad, la primera lectura de un libro, la primera vez que hicimos el amor, la primera vez que conocimos a una persona, la primera vez que trabajamos por un sueldo… aceptémoslo, todas esas primeras veces casi no fueron nuestras, estábamos allí casi como invitados.
Quedan grabadas más por su peso cuantitativo, antes no había nada, primera vez, que por su peso cualitativo.
Fue, después, en las sucesivas ocasiones que aquello volvió a ocurrir, lo que fuese, que nosotros pudimos disponer de tiempo, de nuestra atención de forma más controlada y consciente, de serenidad. Fue cuando nuestro libre albedrío se apeo del coche en que acababa de llegar y se paseo mirando con detalle, regocijándose en las sensaciones, repantingándose en lo ya más familiar y deseado.
Y si esa visita o esas visitas son indeseables, también acudimos como el soldado veterano que vuelve a la guerra.
La primeras veces son casi sólo eso, las primeras veces. Y por eso las recordaremos.
Es un tramite a cumplir inexcusablemente.
Quintémosle esa patina inmerecida.