martes, 17 de noviembre de 2020

Escritura Automá[crí]tica XLIII

 Joan Miró y Jorge Guillén


El impulso que lleva al ser humano hasta la creatividad es seguro un impulso que nace de la necesidad de trascender.
En ese trascender el creador deposita un contenido que muchas veces ni el mismo sabe cómo ha surgido. Es una acción para nada planificada y si lo es, su resultado es sorprendente para todos.
Y aúna sí, cuando el resultado de ese impulso creador se hace presente, patente, concreto, ante muchas veces la incredulidad del creador, resulta que ese objetivo artístico emociona, satisface, interesa sobremanera al resto de los seres humanos.
Es la magia del arte. Nadie sabe cómo se crea la epifanía pero allí está.
Jorge Guillén y Joan Miró son dos de esos seres creadores que en su afán de trascender elevan su potencia creadora a una altura a la que yo no consigo acceder.
Leyendo a Jorge Guillén y su Cántico Espiritual me he sentido desconectado y ajeno como me siento ante una pintura de Miró, hablo de la que le ha hecho célebre.
Vislumbro poco, algo como campanadas lejanas. No sé qué pretenden expresar. Han llegado tan lejos en la búsqueda de su esencia, que como si estuviese en una cumbre irreparable, a mi me es imposible emocionarme. Mi sensibilidad permanece impasible. Ese cielo misteriosamente esquemático, esos seres amonigotados, pintados con colores puros me parecen el alambre de algo. No hay relleno. Son esqueletos.
Con la poesía de Guillén me pasa algo parecido, habla del deseo, de la primavera, del amor, pero yo veo aire por todos lados que está esperando llenarse. Si fuera pintura yo vería esta poesía como un esbozo de algo. Algo tan etéreo, tan inasible que se me escurre del espíritu como el agua entre los dedos. Siento el frescor y al instante siguiente siento la nostalgia de ese frescor.
Seguramente estos dos creadores representan la frontera más allá de la cual yo no puedo ir, más allá de la cual mi sensibilidad se desentiende.