Hay autores, los más, los muchos, necesitados de crear
historias para poder colocar libros como hechos, paisajes, pareceres. Adecuan
los anaqueles de la historia de manera que el conjunto no desentone y en su
totalidad parezca un universo.
Estas historias-muebles no difieren de cualquier creación
que el hombre llegue a concretar. Hay muebles toscos, chabacanos, que con
cuatro veces que los uses quedan para el arrastre. Que se ofrecen en oferta
sistemáticamente. Que aburren y pierden el color enseguida.
Hay muebles respetables, de una belleza extraña. Los hay
sólidos, a los que vuelves una y otra vez. Los hay que chirrían y tienes que
echarle aceite de engrasar.
Los hay únicos, que no dejas de admirar nunca, por sus
líneas, por el color maravilloso que el tiempo ha tejido en sus betas.
Y después hay libros que no son muebles. Porque el autor no
ha querido colocar nada. Son libros etéreos en su interés, cual aves. No están
quietos, no quieren quedarse. Les gusta que todo pase. En ellos no se puede
depositar nada.
Tampoco sirven de adorno pues se resisten a ser cómodos. Te
distraen y se muestran exigentes. Quieren dar y no tener. Porque están hechos
de lo que pasó. Difícilmente encajan con algo. No son leales. Hoy hablan de
aquello, mañana de lo otro. Casi nunca son de ficción. Porque encuentran todo
ficción. Porque ven lo que no se ve pero pasa.
Sus hacedores generalmente no son carpinteros al uso, pues
no buscan tal o cual madera, si no que para ellos todo es madera, todo puede
ser pasto del fuego de la mirada y el pensamiento. Una mirada que no para
hasta atisbar lo que hay debajo de cada
tronco, donde la humedad y la oscuridad tienen a veces invitados sorprendentes,
a veces aterradores.
Te crees que las cosas pasan de un modo determinado y un
día, uno de esos autores te muestra que no, que siempre fue de otra manera.
Si digo Josep Pla, no es en vano.
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