domingo, 2 de agosto de 2015

Escritura automá[crí]tica X


Hay autores, los más, los muchos, necesitados de crear historias para poder colocar libros como hechos, paisajes, pareceres. Adecuan los anaqueles de la historia de manera que el conjunto no desentone y en su totalidad parezca un universo.
Estas historias-muebles no difieren de cualquier creación que el hombre llegue a concretar. Hay muebles toscos, chabacanos, que con cuatro veces que los uses quedan para el arrastre. Que se ofrecen en oferta sistemáticamente. Que aburren y pierden el color enseguida.
Hay muebles respetables, de una belleza extraña. Los hay sólidos, a los que vuelves una y otra vez. Los hay que chirrían y tienes que echarle aceite de engrasar.
Los hay únicos, que no dejas de admirar nunca, por sus líneas, por el color maravilloso que el tiempo ha tejido en sus betas.
Y después hay libros que no son muebles. Porque el autor no ha querido colocar nada. Son libros etéreos en su interés, cual aves. No están quietos, no quieren quedarse. Les gusta que todo pase. En ellos no se puede depositar nada.
Tampoco sirven de adorno pues se resisten a ser cómodos. Te distraen y se muestran exigentes. Quieren dar y no tener. Porque están hechos de lo que pasó. Difícilmente encajan con algo. No son leales. Hoy hablan de aquello, mañana de lo otro. Casi nunca son de ficción. Porque encuentran todo ficción. Porque ven lo que no se ve pero pasa.
Sus hacedores generalmente no son carpinteros al uso, pues no buscan tal o cual madera, si no que para ellos todo es madera, todo puede ser pasto del fuego de la mirada y el pensamiento. Una mirada que no para hasta  atisbar lo que hay debajo de cada tronco, donde la humedad y la oscuridad tienen a veces invitados sorprendentes, a veces aterradores.
Te crees que las cosas pasan de un modo determinado y un día, uno de esos autores te muestra que no, que siempre fue de otra manera.
Si digo Josep Pla, no es en vano.

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