Se
murió. Así es como acaba la historia. ¿Cómo que no se debe desvelar el final
para mantener el interés del lector, el suspense de “tot plegat”? Todo el mundo
se muere. Tarde o temprano.
Leo a
Sánchez Ferlosio, sus escritos, las entrevistas que le hacen y me pongo triste.
Es como andar en un patatal y de vez en cuando ver una amapola que casi no
descolla entre tanta amarillez. Le dan a Juan Goytisolo el premio Cervantes el
23 de Abril y más patatal y una amapola. Y así.
Digámoslo
claramente: Hay en España, en sus campos y ciudades, piedra y más piedra que
sólo da para patatas. Y las pocas amapolas que consiguen asomar la cabeza sobre
ese dorado rutinario, hacerse oír por sobre el consabido runrún del aire de la
mediocridad acaban asqueadas, cansadas. Y se van. Unas, de verdad, y otras,
terminan estando sin estar, que es la peor forma de irse.
No me
acusen de insultón, irascible, faltón o yo qué sé. Es escritura
automá[crí]tica. La pongo como sale. No sé de dónde viene pero no me la puedo
quedar. He de echarla. Verla calentita y maloliente, dejándome la cabeza
relajada, esperando la siguiente tongada.
No es
importante saber si soy patata u hojarasca. Lo realmente necesario e
imprescindibles es que si se es piedra, se repte y poco a poco uno se coloque
de cortina, para servir al menos de pared y cobijar a lo que, poco o mucho,
vulgar o extraordinario esté sucediendo dentro de la cortina. Reptar sabemos
mucho pero hacia delante no hacia arriba. Eso cuesta.
Piedras
que se hacen políticos, piedras que se hacen artistas de baja estofa, piedras
de buhoneros que venden de todo y después piedras verdaderas, que ni tienen
intenciones ni nociones pero si naciones, que quieren sus raciones. Piedras,
verdaderas piedras. Piedras.
Se
murió. ¿Quién? Qué más da. Es algo que se dice de todos, tarde o temprano. ¿Entonces?
Piedras, muchas piedras. En mi tierra le dicen cantos. Suena mejor. Pero siguen
siendo piedras. Que al morirse ya estaban medio muertas.
Piedras.
Piedras.
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