jueves, 25 de junio de 2015

Escritura auto[má]crítica VII




Las instancias. Las estancias. Lo que pedimos. Dónde estamos. Retazos de razones para armar nuestra existencia. Lo que necesitamos. Dónde nos ponen. Lo que aceptamos en ambas direcciones. Mientras nos hablan y tratan de convencernos, estamos en lugares y a lo largo del tiempo acabas, resumiendo algo, aceptando que en posiciones incomodas, agresivas te encontrabas siempre que te inculcaban algo.
Que en los momentos reposados, en lugares cómodos y propicios, sólo recibías parabienes y ninguna encomienda. Que girabas en la órbita adecuada. ¿Casualidad?
Si aceptamos que todo es casualidad, sí. Pero si tenemos la más mínima duda de que algo, poco, podemos interferir en el devenir minúsculo de nuestros semejantes, de casualidad muy poco. Entonces, ¿Qué?
Adquirimos el convencimiento de que a lo largo de la vida vamos adquiriendo lo mejor de todo. Nuestras debilidades las calificamos de anecdóticas con gran facilidad. Es admirable como nos alteramos ante la imagen, o la presencia, no es mi caso, no ha sucedido por ahora, de un asesino, y él, tranquilamente, sigue respirando. Mira sereno a la cámara. A veces ríe y no me cuesta nada pensar en él y verlo dando consejos. Consejos que hasta pueden ser provechosos, o incluso buenos. Porque asesinar no abole nada.
Un asesino está en la cárcel. Su estancia. Y pide la libertad. ¡Qué fácil se lo hemos puesto! Ha segado una vida, o varias, y nosotros le damos un descanso. Lo libramos de la preocupación diaria. Le damos todo el tiempo para él. Y lo gracioso del asunto es que el admite estar mal. Sin el penar diario. Está preso, no tiene libertad. Es su instancia.
Recuperar la libertad. En bandeja. Que fácil hacerse entender, y qué difícil para el resto.  Todo el mundo está preso pero sólo el que está en la cárcel tiene carta de autenticidad. Ja. Todo el mundo se prostituye pero las putas llevan el pendón. Ja.
¿Dónde está pregunto la enorme ventanilla que necesitaríamos todos para meter nuestra instancia, pidiendo nuestra libertad, acordando nuestro precio?
En todo caso se puede aceptar que al asesino le quiten un poco más de libertad. De la que le quedaba. De la poca que tenemos. Hablamos ya de grados. Y hablando de grados surgen los agravios comparativos y la cosa se complejiza. Presos y putas. Listo. Por lo sano. A un lado. Y así. O sea, como ir a otra ventanilla. O el que cruce la línea blanca es lo que acordemos en cada momento. Una línea blanca la ve cualquiera. Tan tantán.
Todo, instancias en estancias. Y mientras ropajes de las más variadas características.
Esto de la libertad va bien con todo. Es bueno para banquetes y fiestas de postín, Es adecuado para el campo y la ciudad. Va bien, tanto para el frío como para el calor. Y además lo necesitamos para evitar rozaduras. Como a los calzoncillos y las bragas. Protegiendo nuestra nunca bien ponderada intimidad. En cualquier estancia.
Libertad, amor, nada, siempre. Ropajes.

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