viernes, 20 de mayo de 2016

Escritura Automá[crí]tica XXII

El ejercicio del poder. La necesidad de matar

  (Los toros, el futbol, las guerras)




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En los conceptos que encierran las palabras que componen el título, ¿hay algo en común? Y si lo hay, ¿En qué consiste?
Claramente la punta del hilo de este ovillo quizá se pueda encontrar en esa necesidad de matar, terrible, amenazante que parece aflorar de vez en cuando en algunos seres humanos. Puede ser recuerdos primigenios de cuando teníamos que matar o morir o quizá simplemente se trate del hecho de que como tarde o temprano hay que morir, ¿Por qué no sumarse a esa aniquiladora fuerza? Si hay alguna esperanza en todo esto, está en el hecho de ponerse del lado del más fuerte. Si ayudas a la muerte, puede ser que se conmueva y te perdone. Remoto, pero tiene lógica.
El símbolo es ese artefacto que no define pero acota, trae ecos, no deja que algo se olvide. El símbolo es diplomático, no ahuyenta al distinguido y te permite seguir con la perorata.
¿Hay en la perorata un deseo de enredar al que escucha? Al fin y al cabo un ejercicio de poder.
¿Están todas nuestras relaciones armadas con estos mimbres?
¿Estos mimbres?
Este mimbre.
El deseo de ejercer el poder. El deseo de ser la muerte.
La muerte como acto definitivo. Inapelable. Después de ejercerlo no hay vuelta atrás. Ni dudas, ni incertidumbres. Alguien ha muerto. Sí. Ya no se puede hacer nada. Es algo determinante.
Qué descanso y qué desolación a la vez.
Vuelvo a la inapelabilidad (de inapelable, ineluctable, irreparable) de la muerte. ¿No se prefiere, ciertamente, siempre, frente a algo que se queda averiado, destruido a medias, algo que queda totalmente destrozado? Sin posibilidad de reparación. Una reparación es un fracaso. ¿Cuántas veces hemos oído eso de “mejor que se hubiese muerto”?
El toro muere. Hay un triunfador. El público, mayestático, que ve faenar al torero. Faena, trabajo. El torero como chamán. Suministrador de la muerte. Tiene una misión. La ceremonia nos ha tranquilizado…por un tiempo. Es esta una sed que vuelve periódicamente. Y es que no lo tenemos muy claro. Necesitamos recargar pilas. La pila de la pira. El sacrificio.
Algunas veces el toro es indultado. En la ceremonia nos hemos vuelto Dios.
¿Son Stalin, Hitler, Truman, Atila, Franco, chamanes de la ceremonia de la guerra? En este caso el público baja a la arena. Y es sacrificado. No se puede pedir más. Seres humanos matando a seres humanos. Sin contrapartida. Legal. Te puedes ganar hasta una medalla. Ser celebrado. Héroe.
El general ha llevado a cabo una gran faena. Para él las orejas y el rabo. Estará hasta el final de sus días dando vueltas al ruedo.
¿Es este uno de los atractivos vertiginosos de la guerra?
¿Otra catarsis?
Vencedores y vencidos.
Nos alejamos de la muerte decretando en vez de vivos y muertos. Vencedores y vencidos.
Por eso a alguien que está a punto de ser derrotado se le dice: “Estás muerto”
Los que censuramos estos deportes multitudinarios que embrutecen al hombre convirtiéndolo en masa, ¿Nos equivocamos?
¿Es el futbol un sucedáneo de la guerra?
¿Son los juegos olímpicos un gigantesco simulacro de lo que de verdad desearíamos estar haciendo?
Le he ganado en los cien metros lisos. Espero que se dé cuenta de que podía haberlo matado. Por ahora me conformaré con eso. Con una medalla.
Ese es mi poder.
Tengo que morir, pero ¿Quién ha dicho que mientras espero no puedo ir celebrando estas pequeñas ceremonias que en su nivel más descafeinado llamamos ejercicios de poder?
Como eso de tener la última palabra.
Pues eso.

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